jueves, 21 de febrero de 2008

30 años de ilusiones - Snow

Retomamos la sección "30 años de ilusiones", y lo hacemos a lo grande. En esta ocasión, nos ocuparemos de uno de los efectos que más aplausos y emociones ha cosechado en los auditorios de todo el mundo.

Nos estamos refiriendo a Snow (Nieve), la ilusión que cierra el especial de televisión nº 16 (Fuerzas Ocultas) del gran mago norteamericano.



Normalmente, David suele abrir sus especiales televisivos con una ilusión espectacular, que puede consistir en una de sus inverosímiles apariciones (El ascensor, La moto en la caja de las sombras, etc.) o en un efecto de gran impacto que levante al público de sus asientos, como El ventilador o La desaparición de la moto.

Para concluir estos espectáculos, David recurre casi siempre a una de sus grandes "hazañas", en las cuales nos presenta el lado más grandioso de la magia (La desaparición de la Estatua de la Libertad, Atravesar la Muralla China, El tornado de fuego, etc.).

Sin embargo, para el especial que nos ocupa, David Copperfield decidió utilizar Snow como colofón, algo ciertamente extraño si nos fijamos en los espectáculos anteriores. Pero si habéis tenido la oportunidad de ver el especial Fuerzas Ocultas completo, es casi seguro que no habréis echado demasiado en falta el tradicional y grandioso efecto final de otros shows. Y es que Snow es una de esas ilusiones verdaderamente "mágicas" en todos los sentidos... Quizá cada uno de nosotros, en mayor o menor medida, se haya sentido identificado con ella, y es ahí donde radica especialmente una gran parte de su contenido mágico. Más allá de la fantástica tormenta de nieve o de la excelente aparición del "pequeño David", la verdadera magia reside en las emociones provocadas en el público.

De la nada surge una historia que se hace realidad: el discurso introductorio de David (unido a la incomparable música de la película El príncipe de las mareas [The prince of tides]) crea el ambiente de intimidad apropiado y la conexión sentimental perfecta con el público, que "vive" lo que el mago relata y acaba por sonreír nostálgico. Una vez expuesta la historia, el mago la recrea, la plasma sobre el escenario y, en definitiva, la revive: de nuevo, la nieve sobre el rostro, aparecida mágicamente; de nuevo, la misma sensación de felicidad que en la infancia; de nuevo, el retorno físico del niño David (el niño, en realidad, que todos llevamos dentro); y al fin, el momento mágico por excelencia: el niño y el adulto frente a frente, la infancia y la madurez, el pasado y el futuro unidos mediante el maravilloso lazo de la ilusión (una ilusión que habita en cada uno de nosotros). Finalmente, el niño "desaparece" entre las sombras, aunque no en el sentido estricto de la palabra: en realidad, el pequeño David sigue "viviendo" en el adulto.



Nuestro niño interior nunca nos ha abandonado. De nosotros depende volver a encontrarlo y revivir su magia. Efectivamente, si nosotros queremos, "nada es imposible"...

Gracias por volver a recordárnoslo, David Copperfield.

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