miércoles, 9 de marzo de 2011

David Copperfield: "Soy como un niño de catorce años" (I)

Ha hecho lo indecible por dar la nota: volar como un pájaro sobre el Gran Cañón, atravesar las piedras de la Muralla China, esconder la Estatua de la Libertad... Pero en este país de cotillas la gente le conoce principalmente como «el novio de Claudia Schiffer». Sin embargo, él no se rinde. En noviembre viajará a nuestro país para vengar su honor de mago; el mejor del mundo, dicen.

(El Semanal. Año 1998)

Según sus colaboradores, trabajar con él es vivir en un suspiro, porque su afán de perfección y el ansia de satisfacer al público le conducen a modificar el espectáculo continuamente, a veces sobre la marcha, en el transcurso del propio montaje. «Nos vuelve locos, pero no es por fastidiar, sino por una enorme intuición y una especial percepción de lo que le gusta a la gente. David puede oler los deseos de los espectadores», asegura uno de sus asistentes más directos.

Ese David es David Copperfield, un hombre de 42 años, alto, delgado, moreno, con ojos de taladro y cejas espesas y negras como las alas de un cuervo. Huelga decir que el apellido es falso, o por ponerlo más suave, artístico. El de verdad es Kotkin y lógicamente lo heredó de su padre, un ruso judío emigrado a Nueva Jersey. Tratándose de Copperfield lo normal es llevarse alguna que otra sorpresa. La primera, y más agradable, es que la realidad desmiente la imagen algo estirada y hortera que tenemos de él en España. Sobre el escenario del «Circus Maximus», en el hotel Caesars Palace de Las Vegas, el mago se muestra irónico, bromista e ingenioso, con un sentido del humor muy cercano al de uno de esos cómicos judíos de cabaret neoyorquino. Pero la ironía se esfuma cuando David se mete de lleno en uno de sus trucos.

Copperfield actuará por primera vez en España este año. Del 4 al 8 de noviembre estará en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, y del 11 al 15, en el Palau Sant Jordi de Barcelona.

El montaje que trae a España se denomina "You", como el de Las Vegas. ¿Va a ser exactamente el mismo?
No. Hay un par de cosas que van a cambiar; nuevos números en los que estoy trabajando ahora mismo y que estarán listos a tiempo para presentarlos en España.

¿Puede avanzar algo sobre el contenido de esos trucos?
Serán piezas muy románticas y bastante sexys, por un lado. Y por otro, tendrán un carácter interactivo, diseñado para implicar al espectador.

En Las Vegas actúa para mil personas y en España lo hará para ocho o nueve mil espectadores. ¿Cambia eso el concepto global del espectáculo?
El show está concebido realmente para una audiencia muy grande. Lo que ocurre es que a veces, cuando lo hago en locales más pequeños, se convierte en un espectáculo más íntimo. Lógicamente, el contar con un espacio mayor me permite volar más lejos, y más alto.

Me ha sorprendido mucho su agudo sentido del humor sobre el escenario. En España tenemos una imagen de usted muy distinta; la de alguien más serio, más dramático.
La verdad es que soy un poco los dos al mismo tiempo. Y cuando actúo me encanta combinar ambas facetas. Me gusta ser serio para dar un mayor dramatismo a lo que hago. Pero por encima de todo, me fascina reírme y pasarlo bien.

¿Se ríe de su propio personaje?
Por supuesto, totalmente. Es decir, mi trabajo me lo tomo muy en serio. Pero a mí mismo no me tomo en absoluto en serio. La vida es tan corta...

La capacidad de reírse de uno mismo la dan los años, ¿no cree?
Sin duda, pero yo he tenido la oportunidad de adquirirla antes de hacerme viejo. A mí me la ha enseñado el estrés.

¿Lo ha pasado mal por culpa del estrés?
Oh, sí, desde luego. He pasado muy malos ratos a causa de la tensión que provoca el trabajo en exceso. Por eso he llegado a la conclusión de que no hay que tomarse a uno mismo demasiado en serio, sino tratar de reírse, bromear y estar más relajado. Es algo que, además, lo nota la propia audiencia. Y lo agradece, se lo pasa mucho mejor.

Tal vez sea por resentimiento contra los que publicaron que su romance con Claudia Schiffer era un montaje, pero el caso es que cuando se enfrenta a la prensa, Copperfield transforma su sentido del humor en una cordialidad ultracongelada y meramente profesional. Para empezar, llega con más de dos horas de retraso a la entrevista y no parece muy seguro de tener que disculparse. Viste enteramente de negro, su color favorito, lleva una chaqueta de cuero y camina algo encorvado, como si le venciera el peso de su imaginación inagotable. La seducción es otra -por no decir la mayor- de sus debilidades. Una afición sólo comparable a su manía por el orden y a su empeño por controlar hasta el más mínimo detalle; lo que delata una personalidad meticulosa y seguramente difícil para la convivencia diaria.

(Continuará)

[El Semanal. 25 de octubre de 1998]

No hay comentarios: